Tengo ganas de ser aire y me respires para siempre.
Liberando un suspiro se impulsó en la silla giratoria hacia atrás para alejarse del escritorio. Después de semanas de arduo trabajo, por fin había completado hasta el más mínimo detalle de un proyecto especial que esperaba poner pronto en práctica.
Le dolía la espalda por estar pegado al monitor durante varias horas, pero la sensación de satisfacción era superior a cualquier molestia muscular.
Sospechando lo que pasaría en los próximos minutos, regresó a la computadora para cerrar el programa de diseño, justo cuando hizo clic y la pestaña desapareció, la puerta a su espalda se abrió.
—Te preparé jugo —anunció Jungkook mientras sostenía una jarra y dos vasos con hielo—, hace calor, debes estar sediento.
La sonrisa que se dibujó en su rostro fue deslumbrante.
—¿Cómo lo adivinaste? —replicó divertido.
—Es el amor, supongo —contestó con aire indiferente, aunque al final no resistió y terminó imitando el gesto de Jimin—, o será porque escuché desde el piso de abajo las ruedas de tu silla arrastrarse —admitió tomando con su pulgar e índice la nariz del omega para apretarla con suavidad.
Riendo tiró del brazo de Jungkook hasta que sus rostros quedaron a centímetros.
—Me gusta más la primera opción —bromeó sin soltarlo, consiguiendo que la atención del alfa recayera en sus labios.
—Entonces el amor será —pronunció antes de terminar por recortar la distancia entre sus bocas y unirlas en un beso que nunca tuvo la intención de ser fugaz.
Llevaban dos años juntos, vivían en Chiang Mai, Jimin acaba de graduarse como arquitecto y el alfa había abierto un negocio asociado con varios "ex" inversionistas de su padre, que al enterarse de que comenzaría por su cuenta, habían decidido seguirlo, ya que Jungkook conocía el mercado Tailandés mejor que nadie y confiaban en su buen criterio.
A pesar de que el departamento que compartían era pequeño: dos estudios, una habitación y el espacio justo para la cocina y el salón. Era suficiente para que se sintieran cómodos, con la certeza de que aquello que poseían era por completo suyo, que de un día para otro no podrían echarlos de allí ni reclamarles, porque no dependían de terceros. Lo que tenían era el fruto del esfuerzo de ambos.
—Espera —Jimin ladeó la cabeza, mas el adverso aprovechó para atacar su cuello—. Tienes que alistarte para ir por Sungbin —le recordó.
—Estoy listo, tenemos media hora antes de que salgamos —le avisó antes de concentrarse en mordisquear el lóbulo de su oreja.
—Pero yo no, quería meterme a bañar —dijo recurriendo a su fuerza de voluntad para alejarse de Jungkook.
—Podemos bañarnos juntos —propuso feliz de haber encontrado una solución.
—Creí que ya estabas listo —le regañó con la mirada.
—Bien, bien, te espero —respondió con una mueca en los labios dándole espacio para que se pusiera de pie.
La actitud caprichosa del alfa le pareció tierna, tanto que no se pudo resistir a apretar su mejilla. Tomó el vaso de jugo que antes le había servido y le guiñó un ojo para después salir huyendo al baño.
Sungbin era el hijo de Jungkook y Soonyoung, una vez al mes, se quedaba un fin de semana con ellos. A veces el omega viajaba a Chiang Mai con el niño, o ambos preparaban sus maletas para hospedarse en un hotel de Bangkok para estar cerca de él.
El pequeño era adorable y amaba a Jimin tanto como al alfa. La convivencia entre los adultos era buena, aunque Soonyoung siempre mantenía la distancia, después de todo, no podía ser amigo de la pareja tras todo lo ocurrido.
—¡Olvidé mi toalla, ¿puedes pasármela?! —gritó desde la regadera Jimin, gracias a que la casa era diminuta, podían escuchar hasta a los vecinos.
El alfa que recogía la cocina se dirigió a la habitación que compartían, la toalla estaba encima de un mueble mediano donde guardaban ropa casual que no colgaban en el armario, al jalarla no se fijó y terminó tirando una carpeta. Un sobre con análisis de un laboratorio cayó cerca de sus pies.
Al agacharse y abrirlo el alma se le escapó un instante del cuerpo.
—¡Me secaré con la tuya si no te apuras! —le avisó perdiendo la paciencia.
—¿Qué es esto? —apareció en el umbral de la puerta con el sobre en alto.
Desnudo y con gotas escurriendo de sus cabellos, quedó paralizado.
—¿Cuándo planeabas decírmelo? —insistió comenzando a preocuparse.
Jimin desvió la mirada.
—Estaba buscando el momento adecuado —confesó en voz baja.
El alfa dejó caer aquel papel que guardaba la información que le hizo más feliz de lo que ya era, incluso, si nunca lo creyó posible. Se acercó al omega y sin importarle que mojara su ropa, lo atrapó en sus brazos.
—Seremos padres —musitó demasiado alegre para que su voz contuviera todo el sentimiento sin quebrarse.
—Tendremos un hermoso bebé —completó aferrándose a Jungkook que lo alzó para que envolviera sus piernas alrededor de su cintura—. Te amo y quiero que seas mi alfa...
Sin soltarlo en lugar de sacarlo de la ducha, se adentró más hasta que su espalda quedó pegada a los azulejos.
En todo el tiempo que llevaban juntos no lo había marcado. Decidieron que se vincularían cuando estuviesen por completo preparados, cuando las heridas cicatrizaran y cuando hasta la última duda se disipara. Para Jungkook cada día era una dura prueba, ya que su lobo anhelaba morderlo, pero quería ser paciente con el omega, una vez que se unieran, no habría vuelta atrás. Y tal como una vez dijo Soonyoung, lo suyo era tan fuerte que podía resultar edificante o destructivo. Una energía incontrolable que les tenía expectantes, un amor que no conocía límites ni razones, y lo mejor era andarse con cuidado. Sin embargo, para Jimin, valía la pena el riesgo, además, confiaba en que el cariño que se tenían no podía hacerles daño.
Jungkook quiso preguntarle si estaba seguro, mas Jimin se le adelantó y selló sus labios en un beso.
Desde que lo vio en la agencia, el mundo que lo rodeaba pasó a segundo plano y su corazón lo eligió a él. Y ahora que ambos eran libres para amarse, no encontraba una sola razón para no pactar lo que les volvía locos y vulnerables, para no entregarse sin reservas.
Apoyando su frente en el hombro del alfa dejó al alcance su nuca.
Jungkook con las yemas de sus dedos rozó la zona que en ese instante en particular, le llamaba poderosamente. Incluso más que antes.
Sus colmillos crecieron y se encajaron en su labio inferior, gracias a que una vocecilla que surgía del fondo de su cabeza le aconsejaba que se calmara para no lastimar a Jimin. Su respiración se volvió pesada y caliente.
Con los ojos cerrados prometió que lo cuidaría hasta el final de sus días, que lo haría feliz —estaba seguro que su felicidad era compatible, que se correspondían mutuamente—, que aquel ser de luz que se formaba en su vientre, lo adoraría y protegería con devoción. No necesitó prometer que amaría a Jimin, aquello era parte de su esencia, se había convertido en la razón de su existencia.
Encajando sus colmillos en la piel sensible le sintió temblar, percibió su alegría, lo que callaba y lo que anhelaba. Lo sintió con plenitud, con cada partícula de su ser. Incluso fue capaz de sentir la vida en su vientre, el calor que emanaba.
La mordida era un poco más chica que un puño, profunda, pronto la sangre inundó su boca. Lamió intentando mitigar el dolor, mas Jimin estaba demasiado extasiado por el vínculo que les conectaba. Aquello era nuevo para él, y en lugar de sentirlo invasivo, lo asoció con una unión del alma que no podía ser más que un regalo perfecto para dos amantes.
Bueno, quizá planeó que aquello ocurriera de forma más romántica. Había pasado semanas diseñando la casa que quería fuese de los cuatro, de Jungkook, Sungbin, el pequeño que estaba por llegar al mundo, y él; entonces la reserva que había hecho en aquel bonito restaurante, y el anillo de compromiso que aguardaba en el cajón de su escritorio, seguirían esperando hasta ese día. Ahora que lo pensaba, el vínculo y darle la noticia de que estaban esperando un bebé, ya resultaban en exceso abrumadores, lo mejor fue que pasara así. Tal como los eventos iban surgiendo, estaba perfecto.
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